CON MOTIVO DEL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA, EL ATENEO DE CALABOZO Y EL GRUPO DE HISTORIA REGIONAL Y LOCAL “EFRAÍN HURTADO” DE CALABOZO
Convocan al
V ENCUENTRO DE CRONISTAS E HISTORIADORES EN CALABOZO
EN HOMENAJE A LA HISTORIADORA Y PROFESORA
DRA. IRMA M. MENDOZA
Calabozo, sábado 1 y domingo 2 de octubre de 2011
LA REVOLUCIÓN BLANQUEADORA DE LA REAL CÉDULA GRACIAS AL SACAR Y LA ASPIRACIÓN A LA IGUALDAD DE LOS "PARDOS BENEMÉRITOS" DE CALABOZO Y EL GUÁRICO (1808-1812)
Por: DR. FELIPE HERNÁNDEZ G.
UNESR / Cronista Oficial de Valle de La Pascua
felipehernandez56@yahoo.es
Cuando el 4 de diciembre de 1811, el Congreso Federal Constituyente sancionó la primera Constitución de Venezuela, a instancias de las acciones adelantadas por los políticos socialmente pertenecientes a la clase de los blancos (criollos y metropolitanos) imbuidos del espíritu revolucionario; aprobaron una medida, según la cual, todos los hombres de color libres quedaban igualados ante a ley con los blancos en el marco de la ciudadanía. Indudablemente, que esta medida no habría sido concebida sin la presión que previamente ejercieron algunos individuos pertenecientes a las elites “de color” de la Provincia de Caracas. El principio constitucional estuvo basado en la Constitución de los Estados Unidos y los ideales de la Revolución Francesa, respetando los derechos del hombre y dándoles a todos los habitantes el tratamiento de ciudadano sin importar la clase social. Es de hacer notar que en ella no se abolió la esclavitud, pero se prohibió el comercio de esclavos. De forma general se puede tomar la aprobación de esta Constitución como el inicio de la Primera República.
Se trató de personas instruidas, con un alto nivel de prosperidad material, y que, por línea general, eran también los que más cerca tenían el ascendente europeo, lo que en ocasiones hacía que se les confundiese con los blancos. Pese a ello, las rígidas normativas coloniales basadas en el concepto de ‘calidad’, que formalmente determinaban en el caso hispano, el estatus legal que cada quien tenía dentro de la sociedad colonial, que les impedía deslastrase por completo de la “vileza” de su origen, lo que les hacía susceptibles a seguir siendo considerados –desde la perspectiva de los blancos– meramente como ‘gente de color’.
Apoyados en los preceptos de la Revolución Francesa, en Venezuela después de los sucesos del 19 de abril de 1810, dichas elites vieron en el proceso de cambio la oportunidad de lograr la igualdad legal con los blancos, en el marco del nuevo concepto de ciudadanía que se introdujo en aquella época, basado en principios materiales censitarios, indudablemente, sus representantes o líderes obraron políticamente, orientando sus esfuerzos en aras de lograr sus aspiraciones particulares como grupo étnico-social.
En el caso de la Provincia de Caracas, donde los pardos conformaban el 40% de la población (unos 150.000 individuos), integrada por una poderosa elite de ‘gente de color’ libre, los llamados ‘pardos beneméritos’. Como en otras partes de la América Hispana, este grupo étnico-social se había venido formando desde tiempos de la conquista, pero debido al desarrollo tardío que tuvo este territorio luego de la bonanza cacaotera de fines del siglo XVII, no fue sino a principios del siglo siguiente cuando comenzaron a consolidarse como un grupo social definido y, en consecuencia, a exigir mayores privilegios de la corona española.
Expone el investigador Alejandro E. Gómez (2005), que: Los ‘pardos beneméritos’ también se pensaban distintos del resto de la ‘gente de color’ libre. Para sostener esta posición, argumentaban que eran los más “blanqueados”, tenían alguna educación, y habían servido fielmente al rey en las milicias. En la Capitanía General de Venezuela, son los miembros de esta elite de color los únicos que tendrán los medios materiales y la ‘estimación’ suficiente para adquirir “dispensas de calidad”, a las cuales tuvieron acceso luego de la introducción en América de la Real Cédula de “Gracias al Sacar” en 1795.
Todo lo anterior confería una serie de ventajas inmateriales a los ‘pardos beneméritos’ de las cuales estaban conscientes. Esto se puede apreciar en la forma como obraban en la vida cotidiana en forma muy similar a cómo lo hacía la aristocracia blanca (mantuanos); es decir, como si se tratara de una ‘nobleza de color’, tal y como se refleja en diversos tipos documentos y otras fuentes que se conservan de ese período histórico. Uno de los documentos más emblemáticos de este comportamiento, lo constituye una misiva enviada al Capitán General en 1774 por los oficiales del Batallón de Pardos de Caracas, en la que solicitaban que se excluyese del mismo a uno de sus miembros, arguyendo que no tenía la misma ‘calidad’ de los demás: “…cuando no sea zambo, es tente en el aire, y por consiguiente enteramente excluido de la legitimidad de pardos…”.
En este mismo documento, los milicianos pardos dejaban claro que “no era correcto que ellos se mezclasen con la persona en cuestión, pues, además de que tenían serias sospechas de que era un “salto atrás” (mulato más negro). Esto violaba por completo la lógica reproductiva del grupo etno-social del que formaban parte, lo que argumentaban indicando que los padres de aquel individuo “…en lugar de adelantarse a ser blancos, han retrocedido, y se han acercado a la casta de los negros”.
En consecuencia, la condición de pardo estaba restringida únicamente a los hombres de color con ascendencia europea, quedando fuera las “castas” y todas aquellas personas que, a pesar de estar emparentados con blancos, se habían vinculado nuevamente con negros.
La participación de los ‘pardos beneméritos’ en la Revolución de Caracas comienza en noviembre 1808, cuando se produce una primera tentativa por parte de los ‘blancos criollos’ por crear una junta autónoma en la Capitanía General de Venezuela, tras la ocupación napoleónica de la Península ibérica. Este proyecto juntista no tomaba en consideración a la numerosa población de color libre, ni siquiera a su elite. En consecuencia, los capitanes de milicias pertenecientes a este sector etno-social reaccionaron en forma airada, ofreciendo sus servicios al Capitán General. A los desencantados pardos se les sumarían eventualmente personas de “todas las clases”, lo que produjo un gran desorden que sólo pudo ser apaciguado cuando en la noche del 24 de noviembre, luego de que las autoridades coloniales arrestasen a los implicados en la conjura juntista. Esta postura contraria a la iniciativa tomada por los ‘blancos criollos’ de Caracas, quizá encuentre explicación en la buena acogida que había tenido entre la elite parda la introducción de la Real Cédula de Gracias al Sacar, a las que algunos de sus miembros tuvieron acceso; medida a la que los cabildantes caraqueños –que eran prácticamente los mismos que encabezarán el proyecto juntista de 1808– se habían opuesto enfáticamente.
Poco más de un año más tarde, el 19 de abril de 1810, algunos de estos mismos ‘blancos criollos’ volvieron a intentar la formación de un gobierno autónomo, luego de que se supiera en Caracas la noticia de la ocupación de Andalucía por parte de los franceses y el establecimiento de un Consejo de Regencia en la metrópoli. Este cambio de postura por parte de los milicianos pardos a favor de la causa autonomista facilitó la creación de una junta autónoma en Caracas: la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando Séptimo.
La Junta Suprema también cedió en el ámbito de las costumbres que segregaban a los ‘pardos beneméritos’. En noviembre de 1810, se permitió a la esposa de un pardo de la ciudad de Calabozo, a hacer uso de una alfombra en la iglesia, bajo el muy ilustrado argumento de “…conservar el aseo y limpieza de sus ropas.”Al respecto la historiadora Patricia Protzel (2010) informa lo siguiente:
Cuando en noviembre de 1810, la Junta Suprema permitió a la esposa de un pardo de la ciudad de Calabozo hacer uso de una alfombra en la iglesia, bajo el argumento de “conservar el aseo y limpieza de sus ropas”, ocasionó un revuelo entre los blancos mantuanos, obligados a ceder en el ámbito de las costumbres incardinadas por 300 años de vida colonial a favor de los pardos beneméritos, y a satisfacer aunque sólo simbólicamente los sueños y las esperanzas de igualdad de las masas excluidas… Portar alfombra en la iglesia había sido un privilegio tradicionalmente reservado a las mujeres de la aristocracia blanca, lo que provocó airadas reacciones de las “pardas beneméritas” (quienes se creían con igualdad de derecho a usarlas), y en sus maridos que en última instancia también consideraban a sus mujeres como parte de sus accesorios simbólicos de prestigio y poder.
La identidad social que exhibían y reproducían las mujeres pudientes se traducía en innumerables dentro del ceremonial y comportamiento social: en las capillas mayores de las catedrales los asientos para las mujeres de las principales autoridades del gobierno estaban asignados según su calidad, y estos asientos no podían ser ocupados por “indias”, “negras” o mulatas”. Las mujeres negras libres o esclavas no podían usar oro, perlas ni seda, salvo la que estuviese casada con español, y mucho menos podían portal alfombras. También la esclava se convertía en un objeto suntuario porque el número de esclavas que acompañaban a las damas mantuanas en la iglesia, indicaba el prestigio social y el poder económico de sus amos y amas. Este juego de relaciones enajenantes por detentar el poder a nivel micro o macro, en el terreno público y privado, dentro y fuera de sí mismos, incluso alcanzaba a la esclava de servicio doméstico que se cría en superioridad sobre la que trabajaba en la hacienda.
Hasta entonces este había sido un privilegio tradicionalmente reservado a las mujeres de la aristocracia blanca (mantuanas), lo cual previamente había generado algunas disputas con ‘pardas beneméritas’ quienes se creían con igual derecho a usarlas. Pese a tratarse de una concesión otorgada en un lugar distante de Caracas, esta decisión provocó un gran escándalo entre los blancos, pero también, como lo retrata el viajero Robert Semple, “…anhelos y esperanzas de cambio entre las familias de color”.
Los intentos por asegurar la fidelidad y adhesión del ‘gremio de pardos’ a la nueva situación política que se había inaugurado en abril de 1810, tuvo el éxito esperado. Esto se evidenció en el interés que de diversas maneras manifestaron sus miembros a favor del éxito del proyecto juntista, sobre todo en forma de generosos donativos cuyas listas aparecían publicadas regularmente en la Gaceta de Caracas. En el Guárico, son emblemáticos los casos de José Félix Salinas, natural de la población de San Francisco de Tiznados, de quien el historiador José Obswaldo Pérez (2011), publicó lo siguiente:
Nació en San Francisco de Tiznados a fines del siglo XVIII. Fue propietario de bienes en el sitio de La Guásima, los cuales abandonó y se incorporó junto con sus esclavos a la guerra de la Independencia. Casó con Anastasia Ceballos, natural de San Francisco de Tiznados… Es uno de los pardos Beneméritos distinguido del resto de la “gente de color” de aquella población de principios del siglo XIX, que se destacó en la lucha por la libertad y la igualdad entre sus congéneres. En 1811, Salinas aportó “80 arrobas de carne y 30 pesos en plata para pan” destinados para que las tropas patriotas fueran a combatir a quienes en Valencia y en Coro se oponían a la independencia… Ese mismo año de 1811, José Félix Salinas expone ante la Junta Suprema de Caracas: que el teniente justicia mayor de Calabozo no quiso cumplir la orden del 26 de noviembre de 1810, impartida por la misma Junta Suprema (la Conservadora de los derechos del rey Fernando VII) para que le permitieran a él y a su familia usar alfombra en la iglesia de San Francisco de Tiznados, alegando estar enfermo de sus rodillas “por la humedad de los suelos a causa de darse sepultura en ellos a los cadáveres”. Razón por lo cual los mantuanos del pueblo habían protestado, prerrogativa sólo dispensada a los blancos.
No obstante, la Junta Suprema ordenó cumplir la orden de que cualquier persona, de cualquier sexo o clase social, podía usar la alfombra y que sobre ello no debe hacerse ni consentirse se haga novedad que lo impida. Entre los firmantes del decreto se en encuentra su paisano el doctor Juan Germán Roscio, junto con los demás integrantes de la junta.
A modo de conclusión, puede decirse, que esta pretensión inicial por igualarse con los blancos en la cima de la sociedad colonial, comenzó a perder sentido cuando los revolucionarios venezolanos se esforzaron por lograr una declaración más universal a favor de toda la población de color libre en diciembre de 1811. A partir de ese momento pareciera no haber habido más espacio para el debate de ideas basado en los valores pigmentocráticos de la población colonial, mucho menos luego de que la revolución de Caracas se transformó en una cruenta “guerra popular”, en la que las masas de color -incluyendo a los esclavos que participaron- a fin de adquirir de una vez por todas su igualdad por el camino de las armas.
REFERENCIAS
CORTÉS, S. R. (978): El Régimen de "Las Gracias al Sacar" en Venezuela durante el Período Hispánico, II. Caracas: Academia Nacional de la Historia. p.20.
GIL FORTOUL, José. (1964): Historia Constitucional de Venezuela, I. Caracas: Ediciones Sales. p.411.
GÓMEZ, Alejandro E. (2005): Las revoluciones blanqueadoras elites mulatas haitianas y "pardos beneméritos" venezolanos, y su aspiración a la igualdad, 1789-1812. [En línea]. Nuevo mundo–mundos nuevos, la primera revista evolutiva en la Web americanista, número 5, 2005. http://nuevomundo.revues.org/document868.html.
LEAL CURIEL, Carole. (2003): “Del Antiguo Régimen a la Modernidad Política”. En Anuario de Estudios Bolivarianos, X. Caracas: Universidad Simón Bolívar. p.87.
PÉREZ A. José O. (2011): Microbiografías / José Félix Salinas. Blog: Fuego Cotidiano. Libre de pensar.http://fuegocotidiano.blogspot.com/2009/01/microbiografasjos-flix-salinas.html
PROTZEL, Patricia. (2010): “El uso de la alfombra”. En Memorias de Venezuela Nº 13. Caracas: Ministerio de la Cultura/ Centro Nacional de Historia. pp. 19-21.
QUINTERO, Inés. (2002): La Conjura de los Mantuanos. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello.
SEMPLE, Robert. (1964): Bosquejo del Estado Actual de Caracas incluyendo un viaje por La Victoria y Valencia hasta Puerto Cabello en 1812. Caracas: Ediciones del Grupo Montana. p.56.
TROCONIS DE VERACOECHEA, Ermila. (1990): Indias, esclavas, mantuanas y primeras damas. Caracas: Academia nacional de la Historia. Alfadil/trópicos ediciones 25.
Valle de la Pascua, 25 de septiembre de 2011.
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